A pesar de que en la Facultad de Medicina nos decían «existen enfermos, no enfermedades», el ejercicio de la medicina ha estado basado por muchos años en el diagnóstico nosológico; es decir, en las enfermedades. Dicho paradigma es práctico porque facilita la toma de decisiones terapéuticas, aliviando con ello la preocupación de saber lo que debemos prescribir a un paciente que manifiesta determinados síntomas. Las características de los síntomas, junto con los hallazgos del examen físico y de los estudios auxiliares de diagnóstico, nos permiten concluir, por ejemplo, que un sujeto fumador durante 50 años con disnea, sibilancias, tos y expectoración, con patrón espirométrico de obstrucción grave y tomografía con enfisema centrolobulillar es portador de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Con esos datos o algunos otros, clasificamos al paciente como miembro de un grupo dado (EPOC GOLD I-IV o GOLD A-D) y eso nos lleva, bajo el argumento de la «evidencia», a prescribir un tratamiento «estándar». Ejemplos semejantes podríamos mencionar en casos de asma, neumonía o cáncer.